Los virreyes de Colima y la espada de la corrupción

Por Vladimir Parra

“Los latinoamericanos estamos poniendo en debate al mundo científico y tecnológico mundial, puesto que hemos dado el primer paso en la llamada descolonización epistemológica”. Enrique Dussel

Este 12 de octubre de 2020, en sesión solemne organizada a modo del gobernador Nacho Peralta, el TUMOR entregó al rector de la Universidad de Colima una réplica de la espada de Gonzalo de Sandoval, quien cometió varios crímenes contra los pueblos originarios.

¿Por qué lo hace? Porque ambos funcionarios comparten una visión eurocéntrica del mundo; se creen herederos de esos invasores que vinieron a estas tierras a robar, a asesinar y a violar a las mujeres indígenas, se creen los virreyes de hoy, y en buena medida lo eran hasta hace poco, porque son herederos de quienes vivieron y viven a costilla del pueblo dominado y explotado desde hace ya más de quinientos años. ¿Pero de quién es esa espada cuya réplica se entrega? ¿Quién fue Gonzalo de Sandoval?

Gonzalo de Sandoval fue el destructor de Tepeaca y Jalancingo; el asesino de Zultepec, Cholula, Otumba y Colima. El criminal que, entre febrero y marzo de 1521, siendo alguacil mayor de Hernán Cortés, asoló la población de Zultepec del señorío acolhua y, al término de la batalla, ordenó que los capturados fueran lanzados a los cocodrilos. Uno a uno, en una escena dantesca, caían en sus fauces ante la mirada de los conquistadores, que veían como la superficie de la laguna se teñía de un rojo bermellón con la pulpa de tantos restos humanos. Terminado este acto tan atroz, ordenó que en la calzada principal del asentamiento también se ejecutara a mujeres, niñas y niños.

Gonzalo de Sandoval es el mismo al que, luego de dos intentos fallidos de conquista, se le encomendara la invasión de estas tierras que ahora pertenecen al estado de Colima. En el valle de Tecomán, fueron Gonzalo de Sandoval y sus huestes quienes masacraron a los pobladores. No encontraron más estrategia militar que el exterminio del pueblo. ¿Cuántos murieron? Difícil saberlo exactamente, pero Lebrón de Quiñones habla de que eran entre 4000 y 5000 pobladores, debido a que era el tiempo de la zafra de la sal; industria que ocupaba a los lugareños y a gente de otras regiones. Las crónicas purépechas, tlaxcaltecas y texcocanas hablan de la violencia de la batalla y de su incontenible brutalidad, que requirió luego la creación de “misiones de paz”, para buscar que la población desplazada regresara a sus pueblos y rancherías.

Es el mismo Gonzalo de Sandoval al que, más tarde, Cortés le instruyó a fundar una ciudad de españoles en tierras de Colima, lo que hizo en el pueblo de Caxitlán. No obstante, la violencia irracional no cesó, y fueron ahora las mujeres quienes resintieron el mayor ultraje, porque se convirtieron en botines humanos, víctimas del vasallaje sexual de los invasores. Lo dice Rosa María Zúñiga en su trabajo “La violencia en la tranquilidad de los delincuentes”Las colimotas capturadas en la invasión hispánica del siglo XVI tuvieron que aprender a confeccionar prendas de vestir inusitadas para el clima, hacer trabajos agrícolas de diferente manera, trabajos domésticos con enseres desconocidos, estar en un matrimonio para ser entretenimiento sexual del marido, tener prostitución forzada, vivir en mendicidad, ser cómplices de actividades criminales y obtener todo tipo de disposiciones para continuar su vida en la Villa de Colima como mujeres “conquistadas”.

Estos invasores, al mando de Gonzalo de Sandoval, fueron quienes dominaron brutalmente a los indígenas, destruyeron, asesinaron, robaron y exterminaron pueblos en el proceso de la conquista; un genocidio en toda regla, la destrucción de una civilización. Y estos hechos del pasado perduran hasta nuestro presente, 500 años después.

Por ejemplo, la corrupción y las prebendas son una herencia novohispana. Para ejemplo lo sucedido en esta sesión con la entrega de la réplica de una espada que sirvió para dar muerte a nuestros pueblos y un diploma para presumirlo en una pared. En lugar de realizar actos de adulaciones mutuas deberían reconocer el esfuerzo de docentes, estudiantes y trabajadores que, aunque han sido humillados y burlados en muchas ocasiones, mantienen en alto el nombre de la Universidad de Colima a diferencia de la élite que la maneja, que se caracteriza por el derroche de recursos públicos en sueldos y en pensiones para funcionarios y exfuncionarios que conforman la denominada ‘casta dorada’, la eliminación de toda disidencia mediante despidos injustificados; las excesivas y desproporcionadas cuotas que se cobran a estudiantes, incluso por conceptos inexistentes; la falta de transparencia en el manejo de su presupuesto; y la supresión de la democracia al interior de la propia Universidad. Más que reconocer a la Universidad, parece que lo que intentan es darle una lavada de imagen al rector y a su séquito rapaz.

Lo anterior queda al descubierto en la reciente auditoría que el OSAFIG, por primera vez, a petición del grupo parlamentario de Morena, le practicó a nuestra máxima Casa de Estudios, y que solamente ha venido a confirmar lo que siempre había sido un secreto a voces: la corrupción ha adquirido carta de identidad en la Universidad de Colima, y hoy fue entregada su espada.

Por eso tanto el gobernador Nacho Peralta, como el rector Hernández Nava y la nueva mayoría parlamentaria se parecen a esos conquistadores que saquearon y aniquilaron a todos aquellos que no compartían su arcaica y deshonesta forma de pensar y de actuar. Qué lástima. Qué desperdicio de tiempo y de recursos.

Más bien se debería aprovechar esta fecha para que, como legisladores, nos preguntáramos ¿cómo es que gran parte de esta población indígena, proveniente de una civilización con un elevado desarrollo filosófico, lingüístico, militar y económico, se encuentra ahora en la miseria? ¿Por qué sigue vigente este doloroso proceso por el que las clases dominantes dominaron y siguen dominando a nuestro pueblo, primero mediante las encomiendas novohispanas, luego mediante las haciendas, y ahora desafortunadamente, mediante el capitalismo perverso y la profundización de la corrupción que practican muchos empresarios sin escrúpulos?

Ese es el tema en el que deberíamos enfocarnos, e incluso hasta la Universidad nos podría ayudar a investigar por qué nuestras élites hasta el día de hoy no conocen lo que es el trabajo, y por qué solamente buscan explotar al pueblo y aprovecharse del producto de su esfuerzo. ¿Cuándo se vio que un conquistador o un hacendado agarraran una pala y trabajaran la tierra?

Ha llegado el momento de reconocer que el mal llamado descubrimiento de América (1492) no fue más que el comienzo de la invasión europea del continente americano. Por eso coincidimos con la visión del presidente López Obrador de que la Corona Española y la Iglesia católica pidan perdón por la conquista. Nuestra es la tarea de deconstruir la visión eurocéntrica de la historia, y crear una nueva, en la que los pueblos originarios tengan un papel central, que mucha falta le hace a México, porque aún al día de hoy el racismo y la discriminación siguen marcando a nuestra nación.